Revista
Impacto |
|
|
Libros |
|
Poder Por La
Oración
Por E. M. Bounds
Capitulo:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
5. La Primacía de la Oración
Ya conoces el valor de la oración: es precioso
sobre todo precio. Nunca la descuides.
Thomas Buxton
La oración es lo más necesario para el ministro.
Por tanto, mi querido hermano, ora, ora, ora.
Edward Payson
La oración en la vida, en el estudio
y en el púlpito del predicador, ha de ser una fuerza
conspicua y que a todo transcienda. No debe tener un lugar
secundario, ni ser una simple cobertura. A él le es dado
pasar con su Señor "la noche orando a Dios". Para que el
predicador se ejercite en esta oración sacrificial es
necesario que no pierda de vista a su Maestro, quien "levantándose
muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un
lugar desierto, y allí oraba". El cuarto de estudio del
predicador ha de ser un altar, un Betel, donde le sea
revelada la visión de la escala hacia el cielo significando
que los pensamientos antes de bajar a los hombres han de
subir hasta Dios; para que todo el sermón esté impregnado de
la atmósfera celestial, de la solemnidad que le ha impartido
la presencia de Dios en el estudio.
Como la maquina no se mueve sino
hasta que el fuego está encendido, así la predicación, con
todo su mecanismo, perfección y pulimento, está paralizada
en sus resultados espirituales, hasta que la oración arde y
crea el vapor. La forma, la hermosura y la fuerza del sermón
es como paja a menos que no tenga el poderoso impulso de la
oración en él, a través de él y tras él. El predicador debe,
por la oración, poner a Dios en el sermón. El predicador,
por medio de la oración, acerca a Dios al pueblo antes de
que sus palabras hayan movido al pueblo hacia Dios. El
predicador ha de tener audiencia con Dios antes de tener
acceso al pueblo. Cuando el predicador tiene abierto el
camino hacia Dios, con toda seguridad lo tiene abierto hacia
el pueblo.
No nos cansamos de repetir que la
oración, como un simple hábito, como una rutina que se
practica en forma profesional, es algo muerto. Esta clase de
oración no tiene nada que ver con la oración por la cual
abogamos. La oración que deseamos es la que reclama y
enciende las más altas cualidades del predicador; la oración
que nace de una unión vital con Cristo y de la plenitud del
Espíritu Santo, que brota de las fuentes profundas y
desbordantes de compasión tierna y de una solicitud
incansable por el bien eterno de los hombres; de un celo
consumidor por la gloria de Dios; de una convicción completa
de la difícil y delicada tarea del predicador y de la
necesidad imperiosa de la ayuda más poderosa de Dios. La
oración basada en estas convicciones solemnes y profundas es
la única oración verdadera. La predicación respaldada por
esta clase de oración es la única que siembra las semillas
de la vida eterna en los corazones humanos y prepara hombres
para el cielo.
Naturalmente que hay predicación que
goza del favor del público, que agrada y atrae, predicación
que tiene fuerza literaria e intelectual y puede
considerarse buena, excepto en que tiene poco o nada de
oración; pero la predicación que llena los fines de Dios
debe tener su origen en la oración desde que anuncia el
texto y hasta la conclusión, predicación emitida con energía
y espíritu de plegaria, seguida y hecha para germinar,
conservando su fuerza vital en el corazón de los oyentes por
la oración del pecador, mucho tiempo después de que la
ocasión ha pasado.
De muchas maneras nos excusamos de
la pobreza espiritual de nuestra predicación, pero el
verdadero secreto se encuentra en la carencia de la oración
ferviente por la presencia de Dios en el poder del Espíritu
Santo. Hay innumerables predicadores que desarrollan
sermones notables; pero los efectos tienen poca vida y no
entran como un factor determinante en las regiones del
espíritu donde se libra la batalla tremenda entre Dios y
Satanás, el cielo y el infierno, porque los que entregan el
mensaje no se han hecho militantes, fuertes y victoriosos
por la oración.
Los predicadores que han obtenido
grandes resultados para Dios son los hombres que han
insistido cerca de Dios antes de aventurarse a insistir
cerca de los hombres. Los predicadores más poderosos en sus
oraciones son los más eficaces en sus púlpitos.
Los predicadores son seres humanos y
están expuestos a ser arrebatados por las corrientes del
mundo. La oración es un trabajo espiritual y la naturaleza
humana rehuye un trabajo espiritual y exigente. La
naturaleza humana gusta de bogar hacia el cielo con un
viento favorable y un mar tranquilo. La oración hace a uno
sumiso. Abate el intelecto y el orgullo, crucifica la
vanagloria y señala nuestra insolvencia espiritual. Todo
esto es difícil de sobrellevar para la carne y la sangre. Es
más cómodo no orar que hacer abstracción de aquellas cosas.
Entonces llegamos a uno de los grandes males de estos
tiempos: poca o ninguna oración. De estos dos males quizás
el primero sea más peligroso que el segundo. La oración
escasa es una especie de pretexto, de subterfugio para la
conciencia, una farsa y un engaño.
El poco valor que damos a la oración
está evidenciado por el poco tiempo que le dedicamos. Hay
veces que el predicador sólo le concede los momentos que le
han sobrado. No es raro que el predicador ore únicamente
antes de acostarse, con su ropa de dormir puesta, añadiendo
si acaso una rápida oración antes de vestirse por la mañana.
¡Cuán débil, vana y pequeña es esta oración comparada con el
tiempo y energía que dedicaron a la misma algunos santos
varones de la Biblia y fuera de la Biblia! ¡Cuán pobre e
insignificante es nuestra oración, mezquina e infantil
frente a los hábitos de los verdaderos hombres de Dios en
todas las épocas! A los hombres que creen que la oración es
el asunto principal y dedican el tiempo que corresponde a
una apreciación tan alta de su importancia, confía Dios las
llaves de su reino, obrando por medio de ellos maravillas
espirituales en este mundo. Cuando la oración alcanza estas
proporciones viene a ser la señal y el sello de los grandes
líderes de la causa de Dios y la garantía de las fuerzas
conquistadoras del éxito con que Dios coronará su labor.
El predicador tiene la comisión de
orar tanto como de predicar. Su labor es incompleta si
descuida alguna de las dos. Aunque el predicador hable con
toda la elocuencia de los hombres y de los ángeles, si no
ora con fe para que el cielo venga en su ayuda, su
predicación será como "metal que resuena, o címbalo que
retiñe", para los usos permanentes de la gloria de Dios y de
la salvación de las almas.
Volver
al Principio
|
|
|
|
|