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Poder Por La
Oración
Por E. M. Bounds
Capitulo:
1.
2.
3.
4.
5.
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7.
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14. La Unción y la Oración
Todos los esfuerzos del ministro serán vanidad o
peor que vanidad si no tiene unción. La unción debe
bajar del cielo y esparcirse como un perfume dando sabor,
sensibilidad y forma a su ministerio; y entre los otros
medios de preparación para su cargo, la Biblia y la
oración deben tener el primer lugar, y también debemos
terminar nuestro trabajo con la Palabra de Dios y la
oración.
Richard Cecil
En el sistema cristiano la unción es
el ungimiento del Espíritu Santo, que aparta a los hombres
para la obra de Dios y los habilita para ella. Esta unción
es la única cosa divina que capacita, por la cual el
predicador logra los fines peculiares y salvadores de la
predicación. Sin esta unción no se obtienen verdaderos
resultados espirituales; los efectos y fuerzas de la
predicación no exceden a los resultados de la palabra no
consagrada. Sin unción ésta tiene tanta potencia como la del
púlpito.
La unción divina sobre el predicador
genera por medio de la Palabra de Dios los resultados
espirituales que emanan del evangelio; y sin esta unción no
se consiguen tales resultados. Se produce una impresión
agradable pero muy lejos de los fines de la predicación del
evangelio. La unción puede ser simulada. Hay muchas
cualidades que se le parecen, hay muchos resultados que se
asemejan a sus efectos, pero que son extraños a sus
resultados y a su naturaleza. El fervor o el enternecimiento
causados por un sermón patético o emocional pueden parecerse
al efecto de la unción divina, pero no tienen la fuerza
punzante que penetra y quebranta el corazón. No hay bálsamo
que cure el alma en este enternecimiento exterior que obra
por emoción y por simpatía; su resultado no es radical, no
escudriña, no sana del pecado.
Esta unción divina es el único rasgo
de distinción, que separa la predicación del verdadero
evangelio de todos los otros métodos de presentarlo, que
refuerza y penetra la verdad revelada con todo el poder de
Dios. La unción ilumina la Palabra, ensancha y enriquece el
entendimiento capacitándola para asirla y afianzarla.
Prepara el corazón del predicador y lo pone en esa condición
de ternura, pureza, fuerza y luz que es necesaria para
obtener los resultados más satisfactorios. Esta unción da al
predicador libertad y amplitud de pensamiento y de alma, una
independencia, vigor y exactitud de expresión que no pueden
lograrse por otro proceso.
Sin esta unción sobre el predicador,
el evangelio no tiene más poder para propagarse que
cualquier otro sistema de verdad. Este es el sello de su
divinidad. La unción en el predicador pone a Dios en el
evangelio. Sin la unción, Dios está ausente y el evangelio
queda a merced de las fuerzas mezquinas y débiles que la
ingenuidad, interés o talento de los hombres pueden planear
para recomendar y proyectar sus doctrinas.
En este elemento falla el púlpito
más que en cualquier otro. Fracasa precisamente en este
punto importantísimo. Posee conocimientos, talento y
elocuencia, sabe agradar y encantar, atrae a multitudes con
sus métodos sensacionales; el poder mental imprime y hace
cumplir la verdad con todos sus recursos; pero sin esta
unción, todo esto será como el asalto de las aguas sobre
Gibraltar. La espuma cubre y resplandece; pero las rocas
permanecen quietas, sin conmoverse, inexpresivas. Tan
difícil es que las fuerzas humanas puedan arrancar del
corazón la dureza y el pecado como el oleaje continuo del
océano es impotente para arrebatar las rocas. Esta unción es
la fuerza que consagra y su presencia una prueba constante
de esa consagración. El ungimiento divino del predicador
asegura su consagración a Dios y a su obra. Otras fuerzas y
motivos pueden haberlo llamado al ministerio, pero solamente
aquello puede ser consagración. Una separación para la obra
de Dios por el poder del Espíritu Santo es la única
consagración reconocida por Dios como legítima.
Esta unción, la unción divina, este
ungimiento celestial es lo que el púlpito necesita y debe
tener. Este aceite divino y celestial derramado por la
imposición de manos de Dios, tiene que suavizar y lubricar
al individuo --corazón, cabeza y espíritu-- hasta que lo
aparta con una fuerza poderosa de todo lo que es terreno,
secular, mundano, de los fines y motivos egoístas para
dedicarlo a todo lo que es puro y divino.
La presencia de esta unción sobre el
predicador crea conmoción y actividad en muchas
congregaciones. Las mismas verdades han sido dichas con la
exactitud de la letra sin que se vea ninguna agitación, sin
que se sienta ninguna pena o pulsación. Todo está quieto
como un cementerio. Viene otro predicador con esta
misteriosa influencia; la letra de la Palabra ha sido
encendida por el Espíritu, se perciben las angustias de un
movimiento poderoso, es la unción que penetra y despierta la
conciencia y quebranta el corazón. La predicación sin unción
endurece, seca, irrita, mata todo.
La unción no es el recuerdo de una
era del pasado; es un hecho presente, realizado, consciente.
Pertenece a la experiencia del hombre tanto como a su
predicación. Es la que lo transforma a la imagen de su
divino Maestro y le da el poder para declarar las verdades
de Cristo. Es tanta su fuerza en el ministerio que sin ella
todo parece débil y vano, y por su presencia compensa la
ausencia de todas las otras potencialidades.
Esta unción no es un don
inalienable. Es un don condicional que puede perpetuarse y
aumentarse por el mismo proceso con que se obtuvo al
principio; por incesante oración a Dios, por vivo deseo de
Dios, por estimar esta gracia, por buscarla con ardor
incansable, por considerar todo como pérdida y fracaso si
falta.
¿Cómo y de dónde viene esta unción?
Directamente de Dios en respuesta a la oración. Solamente
los corazones que oran están llenos con este aceite santo;
los labios que oran están llenos con este aceite santo; los
labios que oran son los únicos ungidos con esta unción
divina.
La oración, y mucha oración, es el
precio de la unción en la predicación y el requisito único
para conservarla. Sin oración incesante la unción nunca
desciende hasta el predicador. Sin perseverancia en la
oración, la unción, como el maná guardado en contra de los
prevenido, cría gusanos.
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