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Poder Por La
Oración
Por E. M. Bounds
Capitulo:
1.
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17. Perseverancia en la Oración
Esta perpetua agitación de los negocios y de la
presencia de grandes hombres me arruina el alma y el
cuerpo. ¡Más soledad en las horas de la mañana! Sospecho
que he estado dedicando habitualmente muy poco tiempo a
los ejercicios religiosos, devoción privada y
meditación, lectura de la Escritura, etc. De aquí mi
debilidad, frialdad y dureza. Pudiera haber consagrado
hora y media o dos horas diarias. He estado ocupado
hasta muy tarde y de allí que apurándome apenas cuento
con media hora en la mañana. Sin duda la experiencia de
todos los buenos hombres confirma la proposición de que
sin una buena medida de devoción privada, el alma va
debilitándose. Pero todo puede ser hecho por medio de la
oración (oración todopoderosa, iba a decir) ¿y por qué
no? Pues si es todopoderosa es sólo por la ordenación
misericordiosa del Dios de amor y de verdad. ¡Por lo
tanto, orad, orad, orad!
William Wilberforce
Es cierto que las oraciones
registradas en la Biblia son cortas en palabras impresas,
pero los hombres piadosos de Dios pasaban dulces y santas
horas en combate. Ganaban con pocas palabras pero con larga
espera. Las oraciones de Moisés parecen breves, pero Moisés
oró a Dios con ayunos y lamentos por cuarenta días con sus
noches.
Lo que se dice de las oraciones de
Elías puede concentrarse en unos cuantos párrafos, pero sin
dudas Elías, quien "orando, oraba", empleó muchas horas de
lucha ruda y comunión elevada con Dios, antes de que pudiera
con firme audacia, decir a Acab: "No habrá lluvia ni rocío
en estos años, sino por mi palabra." El relato verbal de las
oraciones de Pablo es poco extenso; sin embargo, Pablo
"oraba incesantemente de día y de noche". La "oración del
Señor" es un epítome divino para labios infantiles, pero el
hombre Cristo Jesús oró muchas noches enteras antes de
efectuar su trabajo; y estas devociones prolongadas y
sostenidas dieron a su obra acabado y perfección, y a su
carácter la plenitud y gloria de su divinidad.
El trabajo espiritual es abrumador y
los hombres son renuentes para hacerlo. La oración, la
verdadera oración, significa un empleo de atención seria y
de tiempo, que la carne y la sangre rechazan. Pocas personas
son de fibra tan fuerte que rindan un costoso esfuerzo
cuando el trabajo superficial pasa por el mercado con
facilidad. Nos podemos habituar a nuestras oraciones
mendicantes hasta que nos satisfagan, al menos conservamos
las fórmulas decentes y aquietamos la conciencia, ¡lo que
constituye un opio mortal! Podemos debilitar nuestras
oraciones y no ser conscientes del peligro sino hasta que
desaparecen los fundamentos. Las devociones rápidas dan por
resultado una fe débil, una convicción raquítica y una
piedad dudosa. Estar poco tiempo con Dios significa ser
pequeño para Dios. La falta de oración hace el carácter
estrecho, miserable y descuidado.
Se necesita tiempo para que Dios
impregne nuestro espíritu. Las devociones cortas rompen el
canal de la gracia de Dios. Se requiere tiempo para obtener
la revelación plena de Dios. La poca dedicación y la prisa
echan un borrón al cuadro.
H. Martyn se lamenta de que la
"falta de lectura privada devocional y la escasa oración por
dedicarse a incesante confección de sermones", ha producido
un alejamiento entre Dios y su alma. Consideraba él mismo
que había ocupado demasiado tiempo en las ministraciones
públicas y demasiado poco en la comunión "privada" con Dios.
Sintió la necesidad de apartar de su tiempo para el ayuno y
para la oración solemne. Como resultado de esto da el
siguiente relato: "En esta mañana fui ayudado para orar dos
horas". William Wilberforce, el Par de reyes, dice: "Debo
apartar más tiempo para la devoción privada. He vivido
demasiado consagrado al público. El acortar las devociones
privadas extenúa el alma, la debilita y desalienta. He
estado ocupado hasta muy entrada la noche." De un fracaso en
el Parlamento, dice: "Dejadme decirles mi pena y vergüenza,
pues todo probablemente se debe a que mis devociones han
sido reducidas y Dios me ha dejado tropezar." Más soledad en
las primeras horas del día, fue su remedio.
La oración extensa en las horas
tempranas del día obra mágicamente para reavivar y vigorizar
una vida espiritual decaída; también se manifestará en una
vida santa, que ha venido a ser algo tan raro y tan difícil
debido a lo limitado y rápido de nuestras devociones. Un
carácter cristiano en su dulce y apacible fragancia no sería
una herencia tan extraordinaria e inesperada si nuestras
devociones se prolongaran y se intensificaran. Vivimos con
estrechez porque oramos escasamente.
Con bastante tiempo en nuestros
oratorios habrá grosura en la vida. Nuestra habilidad para
hablar con Dios en la comunión con él es la medida de
nuestra habilidad para continuar en su compañía en las demás
horas del día. Las visitas rápidas engañan y defraudan. No
sólo son ilusorias sino que también nos causan pérdidas en
muchos sentidos y de muchos ricos legados. De la permanencia
en el oratorio derivamos instrucción y triunfo. Salimos con
nuevas enseñanzas y las grandes victorias son a menudo el
resultado de grande y paciente espera, hasta que las
palabras y los planes se agotan y la silenciosa y paciente
vigila gana la corona. Jesucristo dice con un decidido
énfasis: "¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos, que
claman a él día y noche?"
La oración es la ocupación más
importante y para dedicarnos a ella deber haber calma,
tiempo y propósito; de otra manera se degrada hasta hacerse
pequeña y mezquina. La verdadera oración obtiene los más
grandes resultados para el bien, mientras que los efectos de
la oración pobre son de poca consideración. No podemos medir
los alcances de la verdadera oración; ni las deficiencias de
su imitación. Necesitamos volver a aprender el valor de la
oración, entrar de nuevo en la escuela de la oración. No hay
otra materia cuyo conocimiento cueste tanto trabajo y, si
queremos aprender el maravilloso arte, no debemos
conformarnos con fragmentos aquí y allí con "una corta
plática con Jesús", sino demandar y retener con puño de
acero las mejores horas del día para Dios y para nuestras
devociones, o no habrá oración digna de este nombre.
Sin embargo nuestra época no se
distingue por la oración. Hay pocos hombres que oran. La
oración es desacreditada por el predicador. En estos tiempos
de precipitación y ruido de electricidad y vapor, los
hombres no se dan tiempo para orar. Hay predicadores que
"dicen oraciones" como una parte de su programa, en
ocasiones regulares o fijas; pero ¿quién "se despierta para
asirse de Dios?" ¿Quién ora como Jacob oró, hasta que se le
corona como un príncipe intercesor que prevalece? ¿Quién ora
como Elías oró, hasta que las fuerzas cerradas de la
naturaleza se abrieron y la tierra azotada por el hambre
floreció como el jardín de Dios? ¿Quién ora como Jesucristo
oró en el monte "y pasó la noche orando a Dios?" Los
apóstoles "persistieron en la oración", tarea la más difícil
para los hombres y aún para los predicadores. Hay laicos que
dan su dinero –algunos de ellos en gran abundancia-- pero no
se dan ellos mismos a la oración, sin la cual su dinero es
una maldición. Hay multitud de ministros que predican y
desarrollan grandes y elocuentes sermones sobre la necesidad
de un avivamiento y de que el reino de Dios se extienda,
pero no hay muchos que hagan oraciones, sin las cuales la
predicación y la organización son peores que vanas; esto ha
quedado fuera de moda, casi es un arte perdido; por tanto,
el hombre que pueda hacer que los predicadores y la iglesia
vuelvan a la oración, será el más grande benefactor de
nuestra época.
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