POLICARPO DE ESMIRNA
Policarpo, obispo de
Esmirna, fue quemado
como mártir en el
año 155 d.c. Poco
antes de su muerte,
exclamó ante quien
lo quería hacer
apostatar de su fe a
Cristo "Durante
ochenta y seis años
he sido su siervo, y
no me ha hecho mal
alguno. ¿Como puedo
ahora blasfemar de
mi Rey que me ha
salvado?",
vemos por esto, que
su conversión -a
edad avanzada-
aconteció en el año
69 d.c. por lo cual
fue contemporáneo de
varios de los
apóstoles,
especialmente del
apóstol Juan, de
quien recibió
directamente sus
enseñanzas, como nos
da a entender su
discípulo Ireneo de
Lyon, cuando escribe
a Florino, un
presbítero romano
que había caído en
la herejía del
gnosticismo, nos
dice así:
"Porque te vi cuando
yo todavía era un
niño, en el Asia
interior,
desempeñando
brillante papel en
la corte imperial y
tratando a la par de
ganarte la
estimación de
aquél... Puedo decir
hasta el lugar en
que el
bienaventurado
Policarpo se sentaba
para dirigir su
palabra, cómo
entraba en materia,
y cómo terminaba sus
instrucciones, su
genero de vida, la
forma de su cuerpo,
las pláticas que
dirigía a la
muchedumbre; como
contaba su trato con
Juan y con los demás
que habían visto al
Señor y como
recordaba las
palabras de ellos y
qué era lo que había
oído él de ellos
acerca del Señor ya
sobre sus milagros,
ya sobre su
doctrina. Todo lo
cual, como quien la
había recibido de
quienes fueron
testigos de vista
del Verbo, Policarpo
lo relataba de
acuerdo a la
Escrituras."
De Policarpo
conservamos la
Carta a los
Filipenses y el
acta de su martirio
(que exponemos a
continuación).
En la carta a los
Filipenses, los
estudiosos
católico-romanos, no
pueden entender
porqué no se
mencione para nada a
un obispo de dicha
iglesia, y sin
embargo si lo haga
con el presbiterio.
Esta carta se podría
dividir en varias
partes que
condensarían el
pensamiento que
quiere transmitir:
Por un lado su
doctrina, que es un
eco de lo que ya
vimos con Ignacio:
Un alegato contra el
docetismo (una
especie de
gnosticismo
dualista) donde nos
cuanta como Cristo
se encarnó
realmente, padeció y
resucitó de verdad y
en carne, y no en
apariencia como
predicaban los
docetas. Son estos
hechos los que nos
justifican delante
de Dios sin que lo
hayamos merecido: "Sabéis
muy bien que hemos
sido salvos por el
don gratuito de Dios
y no por nuestro
méritos, sino porque
Dios lo ha querido
por medio de
Jesucristo"
(Filipenses 1:3),
esta realidad es la
que los protestantes
de la reforma y de
hoy en día, afirman
que no se predica en
el
catolicismo-romano.
La organización de
la iglesia que
presenta Policarpo
en esta epístola
está basada en el
presbiterio y se
duele del caso de
uno de la iglesia de
Filipos, un tal
Valente y su mujer
que han caído en el
pecado de la
avaricia y se han
apartado de la
iglesia. Policarpo
dicta como regla en
tal caso lo
siguiente: "Me
contrista muchísimo
el caso de ese
hombre y de su
mujer. Que el Señor
se digne en
concederles
arrepentimiento
sincero. Vosotros
proceded con
moderación en este
asunto y no los
consideréis como
enemigos. Tenedlos
como miembros
enfermos y
extraviados para que
se preserve intacta
vuestra comunidad.
Obrando así os
edificáis a vosotros
mismos" (Fil.
11:4)
Policarpo además
reitera una serie de
normas de vida
cristiana contra la
fornicación, la
avaricia, la
homosexualidad, las
herejías, etc., y
así podemos entender
la concordia que
existía en las
comunidades
primitivas entre el
hecho de la
salvación por gracia
por medio de la fe,
con el guardar los
mandamientos: "De
seguro que ni yo ni
nadie puede competir
con la sabiduría del
bendito y glorioso
Pablo. Presente
entre vosotros y
cara a cara con los
que vivían entonces
(40 ó 50 años
atrás)
enseñó con agudeza y
autoridad la Palabra
de Verdad. Ausente,
os escribió cartas
que, si las
estudiáis
seriamente, os harán
crecer en la fe que
recibisteis. Fe que
es nuestra madre
común (y no
la iglesia para
Policarpo)
mientras tenga por
compañera la
esperanza y sobre
todo el amor a Dios,
a Cristo y al
prójimo. Cuando se
halla uno dentro de
este marco ha
cumplido el mandato
que asegura la
justificación. Quien
vive en el amor,
está libre del
pecado" (Fil.
3:1-3)
El acta de su
martirio,
impresionante, es la
que sigue:
"CARTA DE LA IGLESIA
DE ESMIRNA, QUE
RELATA EL MARTIRIO
DE SU OBISPO
POLICARPO Y SUS
COMPAÑEROS MÁRTIRES"
En Esmirna el año
155 d.c.
La Iglesia de Dios,
establecida en
Esmirna, a la
Iglesia de Dios,
establecida en
Filadelfia, y a
todas las partes de
la Iglesia santa y
católica extendida
por todo el mundo;
que la misericordia,
la paz y el amor de
Dios Padre y Nuestro
Señor Jesucristo
sobreabunde en
vosotras.
Os escribimos
relatándoos el
martirio de nuestros
hermanos, y, en
especial, del
bienaventurado
Policarpo, quien,
con el sello de su
fe, puso fin a la
persecución de
nuestros enemigos.
Todo lo sucedido fue
ya anunciado por el
Señor en su
Evangelio, en el
cual se halla la
regla de conducta
que hemos de seguir.
Según, El, por su
permisión, fue
entregado y clavado
en la cruz para
salvarnos. Quiso que
le imitáramos, y El
fue el primero de
entre los justos que
se puso en manos de
los malvados,
mostrándonos de ese
modo el camino que
habíamos de seguir,
y así, habiéndonos
precedido El, no
creyéramos que era
demasiado exigente
en sus preceptos.
Sufrió El el primero
lo que nos encargó a
nosotros sufrir. Se
hizo nuestro modelo,
enseñándonos a
morir, no sólo por
utilidad propia,
sino también por la
de nuestros
hermanos.El
martirio, a aquellos
que le padecen, les
acarrea la gloria
celestial, la cual
se consigue por el
abandono de las
riquezas, los
honores e incluso
los padres. ¿Acaso
tendremos por
demasiado el
sacrificio que
hacemos a tan
piadoso Señor,
cuando sabemos que
sobrepuja con creces
lo que El hizo por
sus siervos, a los
que éstos pueden
hacer por El? Por
tanto, os vamos a
narrar los triunfos
de todos nuestros
mártires, tal como
nos consta que
tuvieron lugar, su
gran amor para con
Dios y su paciencia
en soportar los
tormentos. ¿Quién no
se llenará de
admiración al
considerar cuán
dulces les eran los
azotes, gratas las
llamas del eculeo,
amable la espada que
los hería y suaves
las brasas de las
hogueras? Cuando
corriendo la sangre
por los costados,
con las entrañas
palpitantes a la
vista, tan
constantes estaban
en su fe, que aunque
el pueblo conmovido
no podía contener
las lágrimas ante
tan horrendo
espectáculo, ellos
solo estaban serenos
y tranquilos. Ni
siquiera se les oía
un gemido de dolor;
y así como habían
aceptado con alegría
los tormentos, del
mismo modo los
toleraban con
fortaleza. A todos
los asistía el Señor
en los tormentos, no
sólo con el recuerdo
de la vida eterna,
sino también
templando la
violencia de los
dolores, para que no
excediesen la
resistencia de las
almas. El Señor le
hablaba
interiormente y les
confortaba,
poniéndoles ante los
ojos las coronas que
les esperaban si
eran constantes; e
ahí el desprecio que
hacían de los
jueces, y su
gloriosa paciencia.
Deseaban salir de
las tinieblas de
este mundo para ir a
gozar de las claras
moradas celestiales;
contraponían la
verdad a la mentira,
lo terreno a lo
celestial, lo eterno
a lo caduco Por una
hora de sufrimientos
les esperaban goces
eternos.
El demonio probó
contra ellos todas
sus artes; pero la
gracia de Cristo les
asistió como un
abogado fiel.
También Germanico,
con su valor,
infundía ánimos a
los demás. Habiendo
sido expuestos a las
fieras, el
procónsul, movido de
compasión, le
exhortaba a que
tuviese piedad al
menos de su tierna
edad, si le parecía
que los demás bienes
no merecían ser
tenidas en
consideración. Pero
él hacía poco caso
de la compasión que
parecía tener por él
su enemigo y no
quiso aceptar el
perdón que le
ofrecía el juez
injusto; muy al
contrario, el mismo
azuzaba a la fiera
que se había lanzado
contra el, deseoso
de salir de este
mundo de pecado.
Viendo esto el
populacho, quedó
sorprendido de ver
un ánimo tan varonil
en los cristianos.
Luego todos
gritaron: "Que se
castigue a los
Impíos y se busque a
Policarpo.
En esto, un
cristiano, llamado
Quinto, natural de
Frigia, y que
acababa de llegar a
Esmirna, él mismo se
presentó al
sanguinario Juez
para sufrir el
martirio. Pero la
flaqueza fue mayor
que el buen deseo.
Al ver venir hacia
sí las fieras, temió
y cambió de
propósito,
volviéndose de la
parte del demonio,
aceptando aquello
contra lo que iba a
luchar. El
procónsul, con sus
promesas, logró de
él que sacrificara.
En vista de esto,
creemos que no son
de alabar aquellos
hermanos que se
presentan
voluntarios a los
suplicios, sino mas
bien aquellos que
habiéndose ocultado
al ser descubiertos,
son constantes en
los tormentos. Así
nos lo aconseja el
Evangelio, y la
experiencia lo
demuestra, porque
éste que se
presentó, cedió,
mientras Policarpo,
que fue prendido,
triunfó.
Habiéndose enterado
Policarpo, hombre de
gran prudencia y
consejo, que se le
buscaba para el
martirio, se ocultó.
No es que huyera por
cobarde, sino más
bien dilataba el
tiempo del martirio
Recorrió varias
ciudades, y como los
fieles le dijesen
que se diese más
prisa, y se ocultase
prontamente, él no
se preocupaba, como
si temiera alejarse
del lugar del
martirio. Al fin se
consiguió que se
escondiese en una
granja. Allí, noche
y día, estuvo
pidiendo al Señor le
diera valor para
sufrir la última
pena. Tres días
antes de ser
prendido le fue
revelado su
martirio. Parecióle
que la almohada
sobre la que dormía
estaba rodeada de
llamas. Al
despertarse el santo
anciano dijo a los
que con él estaban
que había de ser
quemado vivo.
Cambió de retiro
para estar más
oculto, mas apenas
llegó al nuevo
refugio llegaron
también sus
perseguidores. Estos
buscaron largo rato
y no hallándole
cogieron a dos
muchachos y los
azotaron hasta que
uno de ellos
descubrió el lugar
en que se hallaba
oculto Policarpo. No
podía ya ocultarse
aquel a quien
esperaba el
martirio. El jefe de
Policía de Esmirna,
Herodes, tenía gran
deseo de presentarle
en el anfiteatro,
para que fuese
imitador de Cristo
en la Pasión.
Además, ordenó que a
los traidores se les
recompensara como a
Judas. Armado, pues
un pelotón de
soldados de a
caballo, salieron un
viernes antes de
cenar en busca de
Policarpo, con uno
de los muchachos a
la cabeza no como
para prender a un
discípulo de Cristo,
sino como si se
tratara de algún
famoso ladrón.
Encontráronle de
noche oculto en una
casa Hubiera podido
huir al campo, pero
cansado como estaba,
prefirió presentarse
él mismo a
esconderse de nuevo,
porque decía.
"Hágase la voluntad
de Dios; cuando El
lo quiso me escondí,
y ahora que El lo
dispone, lo deseo yo
también". Viendo,
pues, a los
soldados, bajo
adonde ellos estaban
y les habló cuanto
su debilidad se lo
permitió y el
Espíritu de la
gracia sobrenatural
le inspiró.
Admiraban los
soldados ver en él,
a sus años, tanta
agilidad y de que en
tan buen estado de
salud le hubieran
encontrado tan
pronto. En seguida
mandó que les
prepararan la mesa,
cumpliendo así el
precepto divino, que
encarga proveer de
las cosas necesarias
para la vida aun a
los enemigos. Luego
les pidió permiso
para hacer oración y
cumplir sus
obligaciones para
con Dios. Concedido
el permiso, oró por
espacio de dos horas
de pie, admirando su
fervor a los
circunstantes y
hasta a los mismos
soldados. Acabó su
oración, pidiendo a
Dios por toda la
iglesia, por los
buenos y por los
malos, hasta que
llegó el momento de
recibir la corona de
la justicia, que en
todo momento había
guardado. Fue
montado en un asno,
y cuando ya se
acercaba a la
ciudad, se
encontraron con
Herodes y su padre
Nicetas, que venían
en un carro.
Obligáronle a montar
con ellos, por ver
si con este favor
lograban vencer a
aquel que era
invencible por
tormentos.
Procuraron
insinuarse en su
ánimo y hacerle
pronunciar alguna
palabra menos
reverente,
diciéndole: "¿Qué
mal puede haber en
llamar señor al
César y
sacrificar?", y todo
lo demás que el
demonio les
inspiraba.
Refrenábase el Santo
y les oía con
paciencia, hasta que
no pudiendo contener
su celo, prorrumpió
en estas palabras:
"No habrá cosa que
pueda hacerme mudar
de propósito: ni el
fuego, ni la espada,
ni las prisiones, ni
el hambre ni el
destierro, ni los
azotes". Irritados
ellos con esta
respuesta, cuando
más veloz iba el
carro arrojaron a
Policarpo al camino,
rompiéndosele una
pierna al caer, lo
que no le impidió
acudir con presteza
al anfiteatro, sin
preocuparse mucho de
sus dolores.
Al entrar en el
anfiteatro se oyó
una voz del cielo
que decía: "Sé
fuerte, Policarpo".
Esta voz sólo la
oyeron los
cristianos que
estaban en la arena,
pero de los gentiles
nadie la oyó. Cuando
fue llevado ante el
palco del procónsul,
confesó
valerosamente al
Señor, despreciando
las amenazas del
juez.
El procónsul procuró
por todos los medios
hacerle apostatar,
diciéndole tuviera
compasión de su
avanzada edad, ya
que parecía no hacer
caso de los
tormentos. "¿cómo ha
de sufrir tu vejez
-le decía- lo que a
los jóvenes espanta?
Debe jurar por el
honor del César y
por su fortuna.
Arrepiéntete y di:
"Mueran los impíos".
Animado el
procónsul,
prosiguió: "Jura
también por la
fortuna del César y
reniega de Cristo".
"Ochenta y seis años
ha -respondió
Policarpo- que le
sirvo y jamás me ha
hecho mal; al
contrario, me ha
colmado de bienes,
¿cómo puedo odiar a
aquel a quien
siempre he servido,
a mi Maestro, mi
Salvador, de quien
espero mi felicidad,
al que castiga a los
malos y es el
vengador de los
justos?"
Mas como el
procónsul insistiese
en hacerle jurar por
la fortuna del
César, él le
respondió: "¿Por qué
pretendes hacerme
jurar por la fortuna
del César? ¿Acaso
ignoras mi religión?
Te he dicho
públicamente que soy
cristiano, y por más
que te enfurezcas,
yo soy feliz. Si
deseas saber qué
doctrina es ésta,
dame un día de
plazo, pues estoy
dispuesto a
instruirte en ella
si tú lo estás paras
escucharme". Repuso
el procónsul: "Da
explicaciones al
pueblo y no a mi".
Respondióle
Policarpo: "A
vuestra autoridad es
a quien debemos
obedecer, mientras
no nos mandéis cosas
injustas y contra
nuestras
conciencias. Nuestra
religión nos enseña
a tributar el honor
debido a las
autoridades que
dimanan de la de
Dios y obedecer sus
órdenes. En canto al
pueblo, le juzgo
indigno, y no creo
que deba darle
explicaciones: lo
recto es obedecer al
juez, no al pueblo".
"A mi disposición
están las fieras, a
las que te entregaré
para que te hagan
pedazos si no
desistes de tu
terquedad", dijo el
procónsul."Vengan a
mi los leones
-repuso Policarpo- y
todos los tormentos
que vuestro furor
invente; me
alegrarán las
heridas, y los
suplicios serán mi
gloria, y mediré mis
méritos por la
intensidad del
dolor. Cuanto mayor
sea éste, tanto
mayor será el premio
que por él reciba.
Estoy dispuesto a
todo; por las
humillaciones se
consigue la
gloria"."Si no te
asustan los diente
de las fieras, te
entregaré a las
llamas"."Me amenazas
con un fuego que
dura una hora, y
luego se apaga y te
olvidas del juicio
venidero y del fuego
eterno, en el que
arderán para siempre
los impíos. ¿Pero a
qué tantas palabras?
Ejecuta pronto en mi
tu voluntad, y si
hallas un nuevo
género de suplicio,
estrénalo en
mi".Mientras
Policarpo decía
estas cosas, de tal
modo se iluminó su
rostro de una luz
sobrenatural, que el
mismo procónsul
temblaba. Luego
gritó el pregonero
por tres veces:
"Policarpo ha
confesado que es
cristiano".
Todo el pueblo
gentil de Esmirna, y
con él los judíos,
exclamaron: "Este es
el doctor de Asia,
el padre de los
cristianos, el que
ha destruido
nuestros ídolos y ha
violado nuestros
templos, el que
prohibía sacrificar
y adorar a los
dioses; al fin ha
encontrado lo que
con tantos deseos
decía que anhelaba".
Y todos a una
pidieron al asiarca
Filipo que se
lanzara contra él un
león furioso; pero
Filipo se excusó,
diciendo que los
juegos habían
terminado. Entonces
pidieron a voces que
Policarpo fuera
quemado vivo. Así se
iba a cumplir lo que
él había anunciado,
y dando gracias al
Señor, se volvió a
los suyos y les
dijo: "Recordad
ahora, hermanos, la
verdad de mi sueño".
Entre tanto, el
pueblo, y en
particular los
judíos, acuden
corriendo a los
baños y talleres en
busca de leños y
sarmientos. Cuando
estaba ardiendo la
hoguera, se acercó a
ella Policarpo, se
quitó el ceñidor y
dejó el manto,
disponiéndose a
desatar las correas
de las sandalias, lo
cual no solía hacer
él, porque era tal
la veneración en que
le tenían los
fieles, que se
disputaban este
honor por poder
besarle los pies. La
tranquilidad de la
conciencia le hacía
aparecer ya rodeado
de cierto esplendor
aun antes de recibir
la corona del
martirio.Dispuesta
ya la hoguera, los
verdugos le iban a
atar a una columna
de hierro, según era
costumbre, pero el
Santo les suplicó,
diciendo:
"Permitidme quedar
como estoy; el que
me ha dado el deseo
del martirio, me
dará también el
poder soportarlo; El
moderará la
intensidad de las
llamas. Así, pues,
quedó libre; sólo le
ataron las manos
atrás y subió a la
hoguera. Levantando
entonces los ojos al
cielo. exclamó: "Oh,
Señor, Dios de los
Angeles y de los
Arcángeles, nuestra
resurrección y
precio de nuestro
pecado, rector de
todo el universo y
amparo de los
justos: gracias te
doy porque me has
tenido por digno de
padecer martirio por
ti, para que de este
modo perciba mi
corona y comience el
martirio por
Jesucristo en unidad
del Espíritu Santo;
y así, acabado hoy
mi sacrificio, veas
cumplidas tus
promesas. Seas, pues
bendito y
eternamente
glorificado por
Jesucristo Pontífice
omnipotente y
eterno, y todo os
sea dado con él y el
Espíritu Santo, por
todos los siglos de
los siglos. Amén".
Terminada la oración
fue puesto fuego a
la hoguera,
levantándose las
llamas hasta el
cielo. Entonces
ocurrió un milagro
del que fueron
testigos aquellos a
quienes la
Providencia había
escogido para que le
divulgaran por todas
partes. A los lados
de la hoguera
apareció un arco son
sus extremos
dirigíos hacia el
cielo, a modo de
vela henchida por el
viento, la cual
rodeaba el cuerpo
del mártir,
protegiéndole contra
las llamas. El
sagrado cuerpo tenía
el aspecto de un pan
recién cocido, o,
mejor, de una mezcla
de plata y oro
fundidos, que con su
brillo recreaba la
vista. Un olor como
de incienso y mirra
o de algún exquisito
ungüento disipaba el
mal olor de la
hoguera. De este
prodigio fueron
testigos aun los
infieles, tanto, que
se convencieron de
que el cuerpo del
Santo era
incombustible, y así
pidieron al atizador
del fuego que
hiriese el cuerpo
con un cuchillo.
Hízolo él así y
brotó sangre, en
tanta abundancia,
que extinguió el
fuego. Vióse también
salir una paloma del
cuerpo. Quedó el
pueblo estupefacto
ante el prodigio,
confesando la gran
diferencia a la hora
de la muerte entre
los cristianos y los
infieles, y
reconociendo la
superioridad de la
religión cristiana,
aunque no tuvieron
fuerzas para
abrazarla. De este
modo consumó su
sacrificio
Policarpo, doctor de
Esmirna. Sus
revelaciones siempre
se realizaron.
El demonio, enemigo
irreconciliable de
los justos,
reconociendo la
gloria de aquel
martirio, premio de
una vida
irreprochable desde
la más tierna
infancia, excogitó
un medio para privar
a los fieles de
poseer el cuerpo del
mártir, por más que
ellos intentaran
apoderarse de él por
todos los medios.
Para ello sugirió a
Nicetas, padre de
Herodes, y hermano
de Alces, que
pidiera al procónsul
no entregara las
reliquias del mártir
a los cristianos,
porque se imaginaba
que las habían de
tributar un culto
como al mismo
Cristo. Esto mismo
pretendían los
judíos que
custodiaban el
cuerpo, para que los
cristianos no
pudieran acercarse a
recogerle, ignorando
que los cristianos
no podemos abandonar
el culto de Cristo,
ni dirigir nuestras
oraciones a otro que
a El, que tanto
padeció por
redimirnos de
nuestros pecados.
Unicamente le
adoramos a El por
ser Hijo de Dios, y
a los mártires y
siervos suyos fieles
les honramos y les
pedimos que por su
intercesión podamos
un día ser
compañeros de ellos
en la gloria. El
centurión, en vista
de la disputa que
sosteníamos con los
judíos, mandó
colocar el cuerpo
del Santo en medio
de la hoguera.
Nosotros conseguimos
recoger algunos
huesos, como oro y
piedras preciosas, y
los enterramos y el
día del aniversario
del martirio nos
reunimos para
solemnizarle como el
Señor lo ordenó.Esto
es lo que ocurrió
con el
bienaventurado
Policarpo. Consumó
su martirio en
Esmirna con otros
doce cristianos de
Filadelfia, pero él
es el que ha
conseguido el
principal culto.
Su martirio fue muy
superior, y todo el
pueblo le llama "su
maestro". Todos
deseamos ser sus
discípulos, como él
lo era de
Jesucristo, que
venció la
persecución de un
juez injusto y
alcanzó la corona
incorruptible, dando
fin a nuestros
pecados. Unámonos a
los Apóstoles y a
todos los justos y
bendigamos
únicamente a Dios
Padre Todopoderoso;
bendigamos a
Jesucristo nuestro
Señor, salvador de
nuestras almas,
dueño de nuestros
cuerpos y pastor de
la Iglesia
universal;
bendigamos también
al Espíritu Santo
por quien todas las
cosas nos son
reveladas.Repetidas
veces me habíais
pedido os comunicara
las circunstancias
del martirio del
glorioso Policarpo,
y hoy os mando esta
relación por medio
de nuestro hermano
Marciano. Cuando
vosotros os hayáis
enterado,
comunicadlo a las
otras iglesias, a
fin de que el Señor
sea bendito en todas
partes, y todos
acaten la elección
que su gracia se
digna hacer de los
escogidos. El puede
salvarnos a nosotros
mismos por
Jesucristo Nuestro
Señor y Redentor,
por el cual y con el
cual es dada a Dios
toda gloria, honor,
poder y grandeza,
por los siglos de
los siglos.
Amén.Saludad a todos
los fieles; los que
estamos aquí os
saludamos. Asimismo
os saluda Evaristo,
que esto ha escrito,
os saluda con toda
su familia. El
martirio de
Policarpo tuvo lugar
el 25 de abril, el
día del gran sábado,
a las dos de la
tarde. Fue preso por
Herodes, siendo
pontífice o asiarca
Filipo de Trates, y
procónsul Stacio
Cuadrato. Gracias
sean dadas a
Jesucristo Nuestro
Señor, a quien se
debe gloria, honor,
grandeza y trono
eterno de generación
en generación. Amén.
Este ejemplar le ha
copiado Gayo de los
ejemplares de
Ireneo, discípulo de
Policarpo. Yo,
Sócrates, lo copié
del ejemplar de
Gayo. Yo, Pionio, he
confrontado los
originales y lo
transcribo por
revelación del
glorioso Policarpo;
como lo dije en la
reunión de los que
vivían cuando el
Santo trabajaba con
los escogidos.
Nuestro Señor
Jesucristo me reciba
en el reino de los
cielos, con el
Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo por
los siglos de los
siglos. Amén." ("Actas
selectas de los
mártires" Págs.
31-41, Ed.
Apostolado Mariano,
C/ Recaredo 44,
41003 Sevilla.
Sevilla 1991) |