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Parte
6 Avivamientos tras la reforma
Los Puritanos
Fue durante el reinado de Elisabet
que germinó el movimiento Puritano. El partido
puritano, encabezado por el obispo mártir Hooper,
objetaba enérgicamente contra los hábitos y
vestimentas que estaban ordenados para el culto, y
muchos rehusaron ser consagrados en vestiduras
llevadas por el obispo de la iglesia de Roma.
Elisabet, como ya hemos mencionado, aunque opuesta
al papismo, deseaba retener tanto como fuera posible
de exhibición y pompa, y así surgió una considerable
oposición entre la corte y el partido puritano.
Estas diferencias se agravaron cuando la reina
ordenó el mantenimiento de una uniformidad exacta en
todos los ritos y ceremonias externas. Ello tuvo
como resultado el que una multitud de ministros
piadosos fueran expulsados de sus iglesias, y que se
les prohibiera predicar en cualquier otro lugar.
Presbiterianos e Independientes
Frente a tanta persecución, estos
puritanos excluidos se constituyeron en un cuerpo,
y, con el nombre de No Conformistas, fueron
aumentando rápidamente en número. Cuando las
vestiduras fueron en general echadas posteriormente
a un lado, desapareció la razón de la disensión,
pero los puritanos posteriores fueron más lejos que
sus originadores, y contendieron no sólo contra las
formas y las vestiduras, sino contra la misma
constitución de la Iglesia de Inglaterra. Esto tuvo
como resultado la formación de dos grandes partidos,
los Presbiterianos y los Independientes. Los
primeros consideraban a todos los ministros en
cónclave como al mismo nivel en rango y función,
mientras que los últimos, repudiando a la vez el
episcopado y el presbiterio, mantenían que cada
congregación debía dirigir sus propios asuntos y
escoger sus propios cargos, con independencia de
toda autoridad humana.
Intentos de restaurar la prelatura
Con los sucesivos reinados de Carlos
II y de Jacobo II, se hicieron decididos esfuerzos
por restaurar la prelatura con todo su
ceremonialismo papista, y cundió una gran ansiedad
en cuanto a si la Reforma en Inglaterra iba a
mantenerse o a caer, pero, por la gracia de Dios, el
corazón de la nación era demasiado sanamente
protestante para someterse, y el enemigo fue
derrotado. Jacobo II abdicó, y el trono fue ocupado
por María y Guillermo, Príncipe de Orange. Bajo su
influencia, el trono del Reino Unido fue puesto
sobre una base rigurosamente protestante, mientras
que, al mismo tiempo, los fieles Convenanters
escoceses iban a ver el Establecimiento
Presbiteriano firmemente arraigado en su país.
Avivamientos tras la Reforma
Por cuanto la posición pública
de la iglesia permanece muy similar en la actualidad
a como estaba bajo el reinado de Guillermo, esta
recapitulación histórica queda prácticamente
concluida. Sin embargo, hemos observado antes que
Dios siempre se ha preservado un testigo y
testimonio fieles a la verdad aparte de la profesión
pública, y que nunca quizá se ha visto ello de
manera más notable que durante estos últimos años
que hemos estado repasando, y particularmente
durante los últimos cien años. Por ello, debemos
referirnos brevemente a algunas obras independientes
de Dios, muchas de las cuales fueron características
de los siglos dieciocho y diecinueve. El siglo
dieciocho estuvo marcado por un avivamiento del arte
y de la literatura, y debido a la comodidad y el
lujo que llegaron a ser el principal interés de los
ricos parece que se dio poco interés a vivir las
verdades del cristianismo.
La alta y baja crítica
Lo cierto es que cuando la erudición
invirtió sus energías en cuestiones religiosas,
hacia fines de aquel siglo, se apartó del principio
de la fe por el cual se han de comprender todas las
actividades de Dios, e introdujo un sistema de la
crítica que hizo de la erudición y de la mente
puramente racional el criterio por el que se debía
juzgar del origen y autoridad de las Escrituras.
Este movimiento comenzó en Alemania y en otros
lugares, propiciado por académicos reconocidos que,
en sus escritos, arrojaron dudas sobre la autoridad
de la Sagrada Escritura. Los que pusieron en duda la
exactitud textual de la Palabra fueron
llamados «críticos bajos», y los que suscitaron
cuestiones acerca de la credibilidad o paternidad de
los libros de la Biblia fueron llamados los
«críticos altos». Los efectos de este movimiento,
uno de los más sutiles que Satanás haya inventado
para minar la autoridad de la Palabra de Dios, se
extendieron rápidamente por Inglaterra, con
perniciosas consecuencias, y la apatía que existe en
la actualidad en las mentes de la mayoría con
respecto al cristianismo puede remontarse, más o
menos directamente, a este ataque contra las
Escrituras.
Los Metodistas
Mientras se llevaban a cabo estos
intentos por derribar el puro cristianismo echando
dudas sobre la autoridad de la Palabra de Dios, el
Señor estaba preparando a Sus siervos escogidos para
otro avivamiento de la verdad y una mayor expansión
del Evangelio. Este avivamiento iba a verse primero
en las actividades de los célebres Juan y Carlos
Wesley. Con la luz del verdadero evangelio
resplandeciendo en sus corazones, comenzaron a
celebrar reuniones privadas para el avance de la
piedad personal. Lo estricto de sus vidas y lo
regular de sus costumbres fue la razón de que se les
diera posteriormente a sus seguidores el título de
«metodistas». Al ir creciendo la obra, Jorge
Whitefield, un predicador de gran capacidad, se unió
a Juan Wesley, y siendo ambos clérigos de la Iglesia
de Inglaterra, comenzaron a predicar por las
iglesias el evangelio simple y llano. Pero la verdad
del perdón y de la salvación por la fe en Cristo sin
obras humanas meritorias era demasiado sencilla y
escrituraria para que pudiera ser tolerada. La
Iglesia Establecida, que sólo podría mantenerse
fuerte en tanto que siguiera con energía espiritual
aquella verdad que la había llevado a la
confrontación con el papado, había sucumbido a la
indolencia, a la ignorancia y a los lujos que eran
la marca de aquella época, y pronto se vio en un
conflicto con los avivadores, y les cerró los
púlpitos. Excluidos así, se vieron obligados a
predicar al aire libre, y sus predicaciones fueron
empleadas por Dios para rescatar a las gentes de las
profundidades de las tinieblas morales, llevando a
miles tanto en Inglaterra como en América a los pies
de Jesús. Carlos Wesley, que era menos fuerte de
carácter que su hermano Juan, pero posiblemente más
afectado interiormente por la gracia de Dios, fue el
compositor de los himnos de aquel movimiento, y
muchos de sus himnos están en uso constante hasta el
día de hoy.
Mientras Carlos escribía himnos y
Whitefield predicaba el evangelio, Juan devino el
organizador del movimiento, y al conseguirse fondos
y propiedades para la obra, insistió en un control
autocrático de la organización. Al principio
autorizó predicadores laicos, pero posteriormente se
arrogó el derecho de ordenar clero, y su sistema,
por tanto, fue tan estrechamente alineado al
Anglicanismo como el de las iglesias reformadas lo
estaba con el de Roma. Como resultado, no podía
recibirse más luz de la verdad de Dios que la que su
sistema permitiera que se expresara funcionalmente,
y esto los limitó al perdón de los pecados y a las
buenas obras. Un río no puede levantarse a mayor
altura que su fuente, y por cuanto la fuente de este
movimiento estaba en un gran reformador y no en el
mismo Dios, no es sorprendente que al morir los
Wesleys siguiera un deterioro gradual en su
carácter, y cismas que le hicieron perder su
significado público, hasta que encontró su nivel
entre las muchas denominaciones de la cristiandad.
Establecimiento de las misiones
extranjeras, 1792
No podemos entrar en los detalles de
otros avivamientos más locales durante el siglo
dieciocho, pero se puede hacer mención de pasada, en
este tiempo, de varias sociedades misioneras
extranjeras, especialmente por las actividades de
Guillermo Carey, así como por la inauguración de
Escuelas Dominicales para niños.
El estado filadelfiano y laodicense
de la Iglesia
Fue aquel un período de considerable
actividad evangélica, e indudablemente fue muy
bendecido por Dios. Fue todo claramente parte de la
obra preliminar general anterior a la aparición de
lo que podría ser designado como el estado
filadelfiano de la historia de la iglesia, en el
que aquellos que mantuvieron la palabra del Señor y
no habían negado Su nombre siguieron el fiel cortejo
de los reformadores y de los puritanos. Todo esto en
contraste con el estado externo de la cristiandad
profesante. Laodicea marca la fase final de
la historia de la iglesia como testimonio colectivo
de Dios, y se caracteriza no por error doctrinal o
caída moral, sino por su tibieza y satisfacción
propia.
El Movimiento Evangélico
A fin de evaluar correctamente los
varios movimientos religiosos del siglo diecinueve,
es necesario considerar tanto aquellos cuyas
influencias y efectos han sido fácilmente
discernibles para el público en general como
aquellos movimientos menos visibles que resultaron
de las obras de destacados ministros de la Palabra
de Dios que rehuyeron la publicidad. Si consideramos
en primer término los movimientos más públicos,
encontramos los frutos morales del avivamiento
Wesleyano expresado en el movimiento «Evangélico»
encabezado por hombres como William Wilberforce y
Lord Shaftesbury, que interpretaron en acciones
políticas, como la abolición de la esclavitud y unas
medidas generales de reforma, las llanas y literales
enseñanzas de la Escritura. Estos hombres fueron una
fuerza moral genuina en sus tiempos. En oposición
parcial a esta influencia, se desarrollo el
movimiento «Anglocatólico» o «Movimiento de Oxford»,
bajo el liderazgo de J. H. (después Cardenal) Newman,
E. B. Pusey y J. Keble. A estos se les llamó
«Tratadistas» porque publicaron tratados en los que
impulsaban a los clérigos a la defensa de sus
órdenes y argüían que sólo suscribiéndose a la
teoría de una iglesia católica indivisible podrían
preservar sus posiciones y derechos. Este movimiento
fue a su vez resistido por clérigos evangélicos como
Charles Kingsley y F. D. Maurice, que junto con
Thomas Hughes constituyeron el movimiento
«Socialista Cristiano» de la década de 1860. Todos
estos movimientos suscitaron mucha controversia
pública, pero tuvieron en general muy poco efecto
moral permanente en el pueblo.
El cristianismo y la ciencia en
conflicto
Una agitación mucho más profunda fue
la causada cuando la ciencia entró en conflicto con
el cristianismo. En 1830 Sir Charles Lyell publicó
sus «Principios de Geología». Al dejarse de observar
la gran discontinuidad temporal entre el primer y
segundo versículos de la Biblia, sus argumentos
fueron aceptados por muchos como constitutivos de un
reto válido a la enseñanza de las Escrituras acerca
de la cuestión de la creación, y el espíritu de
escepticismo generado por los críticos altos y bajos
recibió un ímpetu adicional desde esta fuente. Esta
tendencia fue intensificada con la publicación en
1859 de la obra de Charles Darwin El Origen de
las Especies, y de El linaje del hombre
en 1871. Aunque estas teorías han sido invalidadas
por posteriores descubrimientos científicos,
tuvieron en aquel tiempo el efecto de sacudir la
confianza de millones de personas en la autoridad de
las Sagradas Escrituras, y son mayormente
responsables de la general apatía hacia la Palabra
de Dios y de la ignorancia acerca de la misma que
existe en la actualidad.
El Ejército de Salvación, fundado en
1878
Otro desarrollo público que merece
mención fue la formación del Ejército de Salvación
en 1878 por William Booth. Éste fue un poderoso
movimiento evangélico que tenía la intención de
recuperar a borrachos y a otros, inmersos en los
vicios del siglo, mediante la ferviente predicación
del simple evangelio. En tanto que el movimiento
estuvo sustentado por la fe en Dios y por la
adhesión a sus motivos originales, tuvo gran éxito.
La idea del fundador era la de revestir a cada
convertido con un uniforme que lo marcara
públicamente como discípulo de Cristo. Esto
frecuentemente llevó a acerbas persecuciones contra
los convertidos, pero era ocasión de un testimonio
vivo del poder del evangelio. Con el paso del tiempo
se desvaneció el fervor evangelístico, y el
movimiento se hundió al nivel de una organización de
auxilio social, gobernado por líderes designados
bajo el criterio de su capacidad organizativa.
La verdad en la penumbra
Podemos pasar ahora a algunos de los
desarrollos más desconocidos, pero profundamente
importantes, de la vida espiritual en el siglo
diecinueve. A principios de aquel siglo, el doctor
Augustus Neander, un judío alemán convertido en su
juventud al cristianismo, estaba enseñando en la
Universidad de Berlín acerca de las grandes verdades
del cristianismo a audiencias electrizadas. Era
hombre de gran erudición y basaba su ministerio
puramente en la Palabra de Dios; actuando de esta
manera, avivó muchas importantes verdades que habían
quedado oscurecidas durante siglos. Vio claramente
que no había autoridad escrituraria para un clero
que ejerciera un oficio mediador entre Dios y los
hombres, y mantuvo que todos los cristianos eran
sacerdotes en virtud de ser habitados por el
Espíritu Santo, y de tener entrada al lugar
santísimo de la presencia de Dios. Sin embargo, no
inició ningún movimiento para dar realidad a estas
enseñanzas, y se contentó con enseñar en la
Universidad. En Suiza y en Francia el doctor J. H.
Merle d'Aubigné (que había sido discípulo de Neander
en Berlín) siguió una línea algo similar de
enseñanza, y dedicó mucho tiempo a recopilar su
vasta Historia de la Reforma.
John N. Darby, 1830
En Inglaterra e Irlanda comenzó un
movimiento simultáneo entre personas totalmente
desconocidas entre sí. Hubo una obra independiente
del Espíritu de Dios en los corazones y en las
conciencias de muchos fieles seguidores de Cristo,
entre los que se podrían mencionar específicamente a
John N. Darby, Edward Cronin, John G. Bellet,
Anthony N. Groves y George V. Wigram. J. N. Darby,
erudito de considerable fama y abogado, fue
convertido mediante la lectura de las Sagradas
Escrituras. En sus años tempranos aceptó un
subrectorado protestante en el sur de Irlanda, pero
más tarde quedó muy impresionado por la verdad de
que la Cabeza de la iglesia era Cristo glorificado,
de lo que dedujo que debía haber un organismo en la
tierra, un cuerpo espiritual, en el que Su condición
de cabeza debía ser expresado. El llamado de esta
verdad lo llevó a salir de sus conexiones
eclesiásticas, como Abraham en la antigüedad, que,
llamado por Dios, obedeció saliendo sin saber a
donde iba (He 11:8). Al mismo tiempo, otros hombres
eran similarmente movidos, por el estudio de la
Escritura, a juzgar el sistema sacerdotal como
inicuo, por cuanto todos los cristianos son llevados
al mismo lugar de cercanía y libertad para con Dios
por el Evangelio, y por recibir el don del Espíritu
Santo vienen a ser miembros del Cuerpo de Cristo.
Por ello, todo sistema regido por un sacerdote
oficial niega la primera de estas verdades
cardinales, y cualquier asunción de derechos
exclusivos de ministerio niega la segunda.
El reconocimiento de estas verdades
capitales llevó a estos cristianos a dejar aquellas
asociaciones que las negaban, para reunirse en toda
sencillez para participar de la cena del Señor tal
como había sido establecida por el mismo Señor y
siguiendo la enseñanza inspirada del Apóstol Pablo.
Reconocieron la presencia personal del Espíritu
Santo y Su disposición soberana de poder como el
canal para el ministerio de la Palabra de Dios,
mientras que las Escrituras fueron reconocidas como
el único criterio infalible de la verdad y del
error. Este movimiento, que comenzó en Dublín y en
el sur de Inglaterra alrededor de 1832, pronto se
extendió con considerable rapidez por medio de la
predicación del Evangelio y del ministerio de la
Palabra. Así surgieron por toda Inglaterra y en
Francia, Suiza, Alemania, y por todos los países de
habla inglesa del mundo, reuniones constituidas en
base de la aceptación del principio de que la
separación de la iniquidad era la única verdadera
base para la unidad.
El avivamiento del verdadero
carácter de la iglesia
El hecho de que esta obra comenzó
simultáneamente, aunque de manera independiente, por
muchas partes del mundo, demostró, como había
sucedido trescientos años antes durante la Reforma,
que el mismo Dios estaba obrando. Las notas clave de
este avivamiento eran el llamamiento distintivo y
celestial de la iglesia (o asamblea) y la
consiguiente necesidad de la separación del mal
—tanto eclesiástico como moral—, mientras que la
sencillez y el gozo de los primeros tiempos de la
historia de la iglesia fueron avivados en muchas
pequeñas reuniones.
Las personas que se reunían de esta
manera no asumieron una posición pública, y
permitieron ser llamados simplemente por el nombre
de «hermanos». Al aceptar esta designación, no lo
hacían en ningún sentido más estrecho que el
comunicado por las palabras del mismo Señor: «Uno es
vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois
hermanos». No iniciaron nada nuevo, ni
tampoco trataron de reformar nada. Sencillamente
reconocieron que la asambea seguía ahí, y que
formaban parte de ella, a pesar de la ruina pública.
La verdad, comprometida
Pero con el paso del tiempo, las
verdades y principios que gobernaban a J. N. Darby y
a otros no fueron mantenidas por todos los que
profesaban tomar el terreno de separación de la
Iglesia Establecida y de las denominaciones, y han
surgido varias crisis entre los «Hermanos». La
verdad de Cristo y de la asamblea, al no ser
mantenida en poder espiritual, llevó a diferencias
de opinión y pronto se reveló la presencia de
algunos que estaban dispuestos a aceptar una norma
inferior o contemporizaciones. Había, por ejemplo,
los que mantenían que la asamblea en su aspecto
universal se había vuelto invisible, y que nada
quedaba ahora sino establecer asambleas locales,
cada una de ellas completa en sí misma, y sin
responsabilidad para con otros grupos similares.
Cada una de ellas sería así libre de recibir a cada
creyente individual, suponiendo que fuera
perfectamente sano en la fe, sin tener en cuenta las
asociaciones a las que pudiera estar vinculado. La
verdad de la asamblea en su unidad general
—tan enérgicamente mantenida por J. N. Darby— perdió
entonces su lugar debido, se abrió de par en par la
puerta a la contemporización con el mal, y el curso
del testimonio durante los últimos cien años ha
estado repetidamente marcado por conflictos. No
obstante, el movimiento original, que siguió al
avivamiento de la década de 1830, se ha mantenido y
expandido entre muchos que buscan humildemente y con
la energía de la gracia divina «contender
ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a
los santos».
El resultado de este conflicto por
la fe y de la actividad de Satanás en su intento de
corromper la verdad se puede observar hoy en todas
partes, con la existencia de docenas de diferentes
asociaciones religiosas. Es uno de los hechos más
humillantes y penosos que tales condiciones deban
caracterizar los últimos días de la historia de la
iglesia.
La ruina pública de la iglesia y la
pequeñez y debilidad externas de aquellos en ella
que buscan mantener la palabra del Señor y no negar
Su nombre, se hacen tanto más evidentes cuando los
contrastamos con las grandes entidades apóstatas,
las cosas del mundo, sean civiles o eclesiásticas,
que están creciendo en fortaleza y magnificencia
externas según se va aproximando su día del juicio.
Pero todo ello está en conformidad con la profecía
inspirada. Las exaltadas pretensiones de la gran
apostasía están vívidamente exhibidas en las páginas
de la Sagrada Escritura, mientras que no hay ninguna
promesa en el Nuevo Testamento de que la iglesia
vaya a recuperar su consistencia y hermosura antes
de su arrebatamiento.
Esta, pues, es la posicion que nos
confronta en el período presente de la historia
pública de la iglesia, y, desde luego, la
finalización de esta historia no puede retardarse ya
mucho. En palabras de otro, la iglesia está a punto
de pasar de sus ruinas a su gloria, mientras que el
mundo va de su magnificencia a su juicio.
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