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Parte
3 La Union de la Iglesia y el estado
Constantino el Grande
Así, es quizá comprensible que
Satanás escogiera este momento para cambiar su forma
de ataque, y a comienzos del siglo cuarto empezó el
período eclesial de Pérgamo, en el que el
león se transformó en serpiente, y en el que los
adversarios de fuera dieron lugar a los seductores
desde dentro. Constantino el Grande era en esta
época el César de Roma, y se mostró abiertamente
como protector de la nueva religión —hecho tan
significativo como inesperado. Naturalmente, lo que
siguió fue que la posición de los cristianos pasó
inmediatamente de una de intensa persecución a otra
de supremo favor; y ello hasta el punto en que se
veía al mismo Emperador de Roma presidiendo los
concilios de la iglesia.
La union de la Iglesia y el Estado,
313 d.C.
Pronto se hizo sentir el pernicioso
efecto de esta primera unión entre la Iglesia y el
Estado. Constantino no aceptaba otra autoridad más
que la suya, y recurría a medidas violentas para
hacerla obedecer. Se puede dar un ejemplo de esto.
Un hereje destacado, llamado Arrio, expuso un credo
religioso que negaba la deidad de Cristo. Enseñaba
él que el Señor había sido creado por Dios como
todos los otros seres, y que, consiguientemente, no
era coeterno con Dios. Los obispos cristianos
denunciaron esta doctrina, con razón, como una
horrible blasfemia; Arrio y sus seguidores fueron
excomulgados por la iglesia, y la posesión y
difusión de sus escritos fueron declaradas pecados
capitales. En cambio, Constantino consideró la
herejía una mera minucia, y ordenó promulgar un
edicto imperial mandando que los herejes
excomulgados fueran restaurados a la comunión de la
iglesia. Fue Atanasio, obispo de Alejandría, el que
discernió el verdadero peligro en las enseñanzas de
Arrio, y se resistió firmemente a esta intervención.
Estaba totalmente dispuesto a resistirse a la orden
del emperador y a sufrir persecución y destierro por
su defensa de esta gran verdad central del
cristianismo: la deidad del Señor Jesús. En el
Concilio de Nicea, en el año 325, la deidad de
Cristo recibió sanción oficial, y fue formalmente
enunciada en el original Credo Niceno.
El Edicto de Milan, 313 d.C.
A pesar de muchos y lastimosos
fallos, se debe admitir que Constantino hizo muchas
cosas de gran valor en su tiempo, y que su
legislación en general da evidencia de la silenciosa
acción de principios cristianos. Él fue el
responsable de la redacción del famoso Edicto de
Milán —a veces llamado la Carta Magna de la
Cristiandad. Concedía a los cristianos una libertad
total y absoluta para el ejercicio de su religión.
Sería difícil encontrar un mayor contraste que el
que se observa entre la posición de la iglesia al
principio y al final del reinado de Constantino.
Como bien ha dicho Miller: «La encontró encarcelada
en minas, mazmorras y catacumbas, y excluida de la
luz del cielo; y la dejó en el trono del mundo». Sin
embargo, ello fue en cumplimiento de la profecía
inspirada: «Yo conozco tus obras, y dónde moras,
donde está el trono de Satanás» (Ap 2:13).
El comienzo de las Edades Oscuras
La herejía de Arrio fue sólo uno de
muchos intentos de Satanás durante el siglo cuarto y
quinto para corromper la verdad. Por ejemplo, surgió
un hombre llamado Pelagio negando la total
corrupción de la raza por la transgresión del primer
hombre, y enseñó que nacemos en inocencia, quedando
por ello excluida la necesidad de la gracia divina.
En muchos casos, Dios suscitó soberanamente a
hombres que combatieran estas malas doctrinas, pero
la gloria de la iglesia iba desvaneciéndose
constantemente, y estaba introduciéndose el terrible
período de las Edades Oscuras. El testimonio de un
Cristo rechazado en la tierra y exaltado en el cielo
—que habría brillado con tanto resplandor en los
días de los mártires— estaba ahora perdiéndose
rápidamente, porque el verdadero carácter de los
cristianos como extranjeros y peregrinos se había
desvanecido con su amalgamación con el mundo.
Además, por cuanto la confesión del cristianismo era
considerada como una vía segura para la riqueza y el
honor, todas las categorías y clases solicitaban el
bautismo, mientras que muchos trataban de unirse al
orden sagrado del clero con los motivos más
mezquinos.
La caida del Imperio Romano
Es significativo que en esta época,
el Imperio Romano, que había también estado en una
larga decadencia, iba a llegar también a sus días
más negros. Hordas bárbaras comenzaron a
desparramarse desde todos los lados, y tres veces la
misma antigua ciudad de Roma estuvo a merced de los
invasores. Finalmente, se lanzaron dentro de la
ciudad como langostas, dejando sólo ruina y
desolación tras ellos. Así fue el terrible final de
Roma. No fueron los cristianos entonces los que
fueron objeto de las persecuciones. En realidad,
apenas si se les tocó, y en todo lugar se respetó a
los obispos. Sin embargo, no se reconoció demasiado
la mano de Dios en esto, y la vida de los miembros
del clero era notoriamente mala. En la misma Roma la
condición de la iglesia estaba tan deprimida que el
obispado llegó a ser, en una ocasión, objeto de
contención, y dos candidatos, en su lucha por el
cargo, no tuvieron escrúpulos en acusarse mutuamente
de los más graves crímenes.
El surgimiento del monasticismo
Fue en medio de esta confusión y
manifiesta decadencia que surgió el monasticismo.
Antonio, natural de Egipto, tuvo el dudoso honor de
ser el primer monje. Los eremitas ya habían existido
antes de él, pero él fue el primero en adoptar la
vida enclaustrada y en retirarse de manera absoluta
del mundo. Hay pocas dudas de que era verdaderamente
cristiano, y un tiempo de persecución lo sacó de su
retiro para compartir los peligros de sus hermanos.
El monasticismo se extendió rápidamente, y antes del
final de aquel siglo todos los lugares desérticos
del mundo cristiano estaban punteados por
monasterios y conventos. No hay duda alguna de que
de estas instituciones surgieron muchas cosas
buenas. A menudo demostraron ser un verdadero
refugio para los enfermos, los pobres y los
viajeros. Además, en el silencio de sus celdas, los
primeros monjes copiaron y preservaron así muchos de
los antiguos escritos, incluyendo las mismas
Sagradas Escrituras. Todas estas instituciones, tan
esparcidas, estaban bajo el control de los obispos;
pero los monjes eran reconocidos sólo como legos por
la iglesia. A finales del siglo quinto apelaron al
Papa de Roma, pidiéndole permiso para ponerse bajo
su protección, petición a la que él accedió bien
dispuesto, porque estaba bien familiarizado con las
riquezas e influencias de ellos. Así fue que los
monasterios, abadías, prioratos y conventos quedaron
sujetos a la Sede de Roma.
La división del Imperio Romano
resultó finalmente en la división de la iglesia, que
quedó prácticamente completa hacia finales del siglo
sexto, pero que fue consumada de manera oficial y
definitiva sólo en el 1054. Las mitades oriental y
occidental, la iglesia Católica Griega y la Católica
Romana, emprendieron así cada una su camino por
separado.
El surgimiento del Papado
Con el siglo sexto comienza el
período de Tiatira de la historia de la
iglesia; en otras palabras, el papado de las Edades
Oscuras. Nos lleva al tiempo de la Reforma, aunque,
naturalmente, el Romanismo mismo prosigue hasta la
venida del Señor. Este estado está caracterizado por
la admisión y tolerancia pública en la iglesia de lo
que es burdamente malo e idolátrico, como lo sugiere
el mensaje al ángel de la iglesia en Tiatira:
«Toleras que esa mujer Jezabel, que se dice
profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar
y a comer cosas sacrificadas a los ídolos. Y le he
dado tiempo para que se arrepienta de su
fornicación, pero no quiere arrepentirse de su
fornicación» (Ap 2:20, 21).
Ya se ha hecho referencia a la buena
obra de Constantino, pero el triste efecto fue que
la iglesia se sintió más inclinada a poner su
confianza en el emperador de Roma que en su Cabeza
viva en el cielo. Pero nunca podía haber una total
amalgamación de las dos partes; o bien el estado o
bien la iglesia debían asumir la preeminencia, y por
un tiempo la iglesia se contentó con tomar el puesto
subordinado. Con la muerte de Constantino comenzó la
lucha por la supremacía, y los obispos de Roma
presentaron atrevidamente sus pretensiones al
gobierno universal de la iglesia como sucesores de
San Pedro. Es significativo el hecho, que además
expone los errores de raíz del papado, de que aunque
los nombres de los primeros obispos de Roma puedan
ser conocidos en la historia, el orden en el
que se sucedieron unos a otros no es
conocido. Además, los obispos de Antioquía y de
Alejandría (las respectivas capitales de las
divisiones asiática y africana del Imperio, así como
Roma lo era de la europea) eran reconocidos y
estaban a la par con el obispo de Roma.
Gregorio Magno
Gregorio Magno fue el único Papa
destacable en el siglo sexto. Fue un hombre piadoso,
y fue responsable del envío de un grupo de monjes
misioneros a Inglaterra, encabezados por Agustín.
Fueron recibidos amistosamente, y comenzó una gran
obra evangelística, aunque el evangelio había sido
predicado en las Islas Británicas mucho antes que
llegaran Agustín y sus monjes. A pesar de que este
período vio varias otras actividades misioneras, que
indudablemente llevaron a la conversión de muchas
almas, las cosas estaban volviéndose más oscuras por
todas partes, y el poder corruptor de Roma estaba
creciendo de manera alarmante.
Prosigue la decadencia de la iglesia
Fue en esta época que se estableció
la abominable idea del purgatorio, mientras que la
sencillez del culto cristiano quedaba sepultada bajo
la pompa del ritual. Las tinieblas que se cernían
sobre la cristiandad fueron espesándose con el paso
de los años, y a principios del siglo séptimo la
ignorancia del clero y la superstición del pueblo
habían llegado a ser asombrosas. La Biblia era muy
poco leída, la lengua griega había quedado casi
olvidada, y muchos del clero eran incapaces de
escribir sus propios nombres. La soberbia y la
codicia del clero se introdujo en los monasterios, y
no es una exageración decir que muchos de estos
lugares llegaron a ser un nido de vicios. Pero,
¿quién podrá sorprenderse de este estado de cosas
cuando se considera el ejemplo dado por los Papas,
cuya arrogancia y ambición parecía aumentar a
diario? Su ambición carecía de límites, y ningunos
medios eran demasiado bajos para alcanzar sus fines,
y antes de mucho tiempo hicieron suyo el título de
«Obispo Universal» por autoridad imperial. Así,
quedó sólidamente puesto el fundamento sobre el que
se edificaron todas sus pretensiones posteriores.
La autoridad imperial, dada al Papa
Sin embargo, el Papa de Roma, aunque
era el dictador supremo en la iglesia, seguía
sometido al poder civil, hecho que resultó
extremadamente irritante y del que varios Papas
sucesivos intentaron liberarse. Con este objetivo, y
para lograr nuevos convertidos a su causa, Roma
patrocinó varios grupos misioneros. Aunque algunos
de estos esfuerzos fueron indudablemente bendecidos
por Dios, es de observar que el evangelio fue
predicado en su mayor pureza por hombres fuera del
seno de la iglesia de Roma.
Los misioneros de Iona
Bien puede mencionarse en este
contexto el nombre de Columba. Con un puñado de
otros cristianos, zarpó de Irlanda en el 565, y
desembarcó en la isla de Iona, frente a la costa
occidental de Escocia. Durante muchos años el
monasterio que fundó allí fue considerado la luz del
mundo occidental, y docenas de fieles misioneros
salieron de él para llevar el evangelio a cada
rincón de Europa.
El surgimiento del islam
En el año 612 apareció Mahoma, el
falso profeta de Arabia, en la escena de la historia
del mundo. No es éste el lugar para entrar en la
larga historia del islam. Su doctrina fundamental
queda expresada en el bien conocido dogma de su
fundador: «No hay más dios que el verdadero Dios, y
Mahoma es Su profeta». Esta religión, tal como se
expone en el Corán, es una peligrosa mezcla de
verdad y fábulas, pero su pecado clamoroso reside en
su negación de la deidad de Cristo.
No es ni necesario ni provechoso
dedicar mucho tiempo a la historia de la iglesia
durante los siglos octavo, noveno y décimo. El poder
papal fue creciendo constantemente, junto con su
ritual e idolatría. Es extraño que este hecho sólo
sirviera para ahondar la enemistad entre el
emperador y el Papa. El primero, alarmado por los
avances del islam, cuyo propósito expreso era la
exterminación de la idolatría y la afirmación de la
unidad de Dios, comenzó una campaña contra el culto
a las imágenes. El segundo, totalmente apoyado por
los obispos y el clero, sancionó el culto a las
imágenes, y amenazó excomulgar de la iglesia a todos
los que no se conformaran a este culto. Esta
lamentable actitud empeoró cuando un emperador cedió
en la cuestión del culto a las imágenes, uniendo sus
fuerzas a las del errado Papa, y estableciendo la
idolatría como la ley de la iglesia cristiana.
Otro de los muchos malignos inventos
de este período fue la doctrina de la
transubstanciación, con la que se expresó que el pan
y el vino de la Eucaristía son realmente convertidos
en el cuerpo y en la sangre de Cristo. Cegada por
los errores cumulativos de la superstición, Roma
estaba dispuesta a ser extraviada, y el dogma de la
transubstanciación fue pronto reconocido como una
doctrina central y esencial.
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